*De izquierda a derecha: Pedro, Vicente y Florencio García, hijos de Cipriano y Hortensia.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, un aluvión de polacos, italianos, gallegos, alemanes dejaban su vida en el Viejo Continente para embarcarse en su sueño americano. Expulsados por la ebullición de Europa, como consecuencia de los cambios introducidos por la revolución industrial, millones de personas elegían Argentina como destino ideal para llevar adelante una vida acomodada, ya que por entonces, presentaba un contexto económico y social promisorio. Así lo pensó Cipriano García en 1914 cuando a los 18 años decidió abandonar su pueblo natal Villavelayo en busca de progreso social. Junto con su hermano llegaron al sur de la provincia de Buenos Aires a trabajar la tierra y gracias a sus reservas pudieron alrededor de 300 ha en Colonia La Penca y Caraguatá donde se radicarían definitivamente.
Con el tiempo, Cipriano sintió la necesidad de contar con una mujer que lo acompañe por el resto de sus días. Fue así como encomendó a sus familiares la tarea de localizar a la persona indicada. Y luego de dos viajes de visita que mantuvo en tierras españolas, conoció a María Hortensia de Simón, una bella joven de Canales de la Sierra. La historia continuó a través de innumerables cartas de amor, en una de las cuáles llegó la propuesta de contraer matrimonio y formar una familia en Argentina, ofrecimiento que, tras una serie de inconvenientes, luego concretó.
María Hortensia llegó a Colonia La Penca en 1938. Venía con las expectativas de quedarse junto a su esposo por algunos años y luego retornar a su España querida con una mejor solidez económica. Entendió enseguida que este territorio era la oportunidad de obtener un buen porvenir, buenas condiciones de desarrollo social y un escenario de prosperidad. Sin embargo, la desilusión la dominó apenas arribó a la vivienda donde sería su hogar de ahí en más. Se encontró con una casa precaria y con pocas comodidades, ubicada en el medio de monte.
Su fortaleza interior la ayudó a seguir adelante. Debió enfrentarse a un panorama que no era el que soñaba y que distaba mucho al de su vida en Canales de la Sierra. Pese a las adversidades, respetó los preceptos católicos a los cuales se aferraba y permaneció al lado de su esposo hasta el último día. Dedicó su vida a ser la mujer del hogar y a la crianza de sus 6 hijos, como así también a seguir a Cipriano en sus actividades laborales.
La familia García era reconocida en la comunidad de Colonia La Penca y Caraguatá por ser gente amable y solidaria. Para el matrimonio la educación era un valor muy importante en la vida y así fue que decidieron enviar desde pequeñas a las tres hijas a un colegio pupilo de la ciudad de San Justo. Mientras que, por otro lado, los tres hijos varones se dedicaron a trabajar en el campo y a contribuir al sostenimiento familiar.
En ellos transmitieron los valores del sacrificio y progreso. Fueron los encargados de continuar aquel emprendimiento de elaboración de quesos que había iniciado su padre. Don Cipriano. Se trataba de una iniciativa propia en la que se había lanzado gracias a los conocimientos que les había transmitido su hermano Bonifacio. Los años de trabajo le habían permitido comprar herramientas necesarias para la fabricación artesanal de dichos productos.
Con el trabajo sostenido de toda la familia, hacia el año 1968, el establecimiento La Riojana comenzaba a arraigarse en la comunidad. Aquella convicción de Don Cirpiano permitió conducir a sus hijos hacia el desarrollo de aquella actividad. A través de una formación de personas proactivas y perseverantes, transmitió en sus hijos la idea de que mediante el esfuerzo es posible conseguir grandes logros. Desde esa perspectiva aquella iniciativa de los inmigrantes españoles llegó a convertirse en una destacada industria láctea de la región, con reconocimiento internacional. La empresa TREGAR (tres Garcías) es uno de ejemplos de lo que forjaron miles de inmigrantes que sentaron los cimientos productivos y el acervo cultural en nuestro suelo.
Con el tiempo, Cipriano sintió la necesidad de contar con una mujer que lo acompañe por el resto de sus días. Fue así como encomendó a sus familiares la tarea de localizar a la persona indicada. Y luego de dos viajes de visita que mantuvo en tierras españolas, conoció a María Hortensia de Simón, una bella joven de Canales de la Sierra. La historia continuó a través de innumerables cartas de amor, en una de las cuáles llegó la propuesta de contraer matrimonio y formar una familia en Argentina, ofrecimiento que, tras una serie de inconvenientes, luego concretó.
María Hortensia llegó a Colonia La Penca en 1938. Venía con las expectativas de quedarse junto a su esposo por algunos años y luego retornar a su España querida con una mejor solidez económica. Entendió enseguida que este territorio era la oportunidad de obtener un buen porvenir, buenas condiciones de desarrollo social y un escenario de prosperidad. Sin embargo, la desilusión la dominó apenas arribó a la vivienda donde sería su hogar de ahí en más. Se encontró con una casa precaria y con pocas comodidades, ubicada en el medio de monte.
Su fortaleza interior la ayudó a seguir adelante. Debió enfrentarse a un panorama que no era el que soñaba y que distaba mucho al de su vida en Canales de la Sierra. Pese a las adversidades, respetó los preceptos católicos a los cuales se aferraba y permaneció al lado de su esposo hasta el último día. Dedicó su vida a ser la mujer del hogar y a la crianza de sus 6 hijos, como así también a seguir a Cipriano en sus actividades laborales.
La familia García era reconocida en la comunidad de Colonia La Penca y Caraguatá por ser gente amable y solidaria. Para el matrimonio la educación era un valor muy importante en la vida y así fue que decidieron enviar desde pequeñas a las tres hijas a un colegio pupilo de la ciudad de San Justo. Mientras que, por otro lado, los tres hijos varones se dedicaron a trabajar en el campo y a contribuir al sostenimiento familiar.
En ellos transmitieron los valores del sacrificio y progreso. Fueron los encargados de continuar aquel emprendimiento de elaboración de quesos que había iniciado su padre. Don Cipriano. Se trataba de una iniciativa propia en la que se había lanzado gracias a los conocimientos que les había transmitido su hermano Bonifacio. Los años de trabajo le habían permitido comprar herramientas necesarias para la fabricación artesanal de dichos productos.
Con el trabajo sostenido de toda la familia, hacia el año 1968, el establecimiento La Riojana comenzaba a arraigarse en la comunidad. Aquella convicción de Don Cirpiano permitió conducir a sus hijos hacia el desarrollo de aquella actividad. A través de una formación de personas proactivas y perseverantes, transmitió en sus hijos la idea de que mediante el esfuerzo es posible conseguir grandes logros. Desde esa perspectiva aquella iniciativa de los inmigrantes españoles llegó a convertirse en una destacada industria láctea de la región, con reconocimiento internacional. La empresa TREGAR (tres Garcías) es uno de ejemplos de lo que forjaron miles de inmigrantes que sentaron los cimientos productivos y el acervo cultural en nuestro suelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario